Más allá de tecnológica modernidad que hoy asociamos con Japón, en el imaginario de la “Tierras del Sol naciente” perviven aún ecos de un rico patrimonio espiritual forjado a lo largo de milenios por incontables generaciones venerando a una pléyada de kamis o deidades sintoístas.
Entre estos numerosos kamis que pueblan cosmovisión religiosa japonesa figuran importantes diosas japonesas que encarnan arquetipos universales de feminidad como la compasión protectora, la terrible belleza o los aspectos positivos y negativos de la sexualidad.
Con sus colores tan vibrantes como sus personalidades multifacéticas, las principales megami o diosas de Japón continúan viviendo en el imaginario y folklore del país, recordando la profunda espiritualidad que late tras la tecnológica fachada nipona actual.
Orígenes históricos
El sintoísmo como sistema de creencias autóctono se originó en el período Yayoi (300 AEC – 300 EC) a partir de primitivas tradiciones chamánicas y animistas. Muchas de sus deidades derivan de personificaciones de fenómenos naturales, objetos y conceptos.
Las primeras diosas documentadas emergen durante el período Kofun (250-500 EC), destacando figuras solares como Amaterasu, diosa tutelar del linaje imperial japonés. Otras como Benten incorporaban influjos del budismo, el taoísmo y el hinduismo llegados desde China y Corea.
Funciones mitológicas
Al igual que otras religiones politeístas, las diosas japonesas cubren una amplia gama de dominios y phenómenos naturales: Sol, Luna, océanos, vientos, cosechas, etc. También encarnan conceptos abstractos como la misericordia, la ira, la sabiduría, la belleza, el arte o la sexualidad.
Incluso ideas introducidas por foráneas como Benten (música, elocuencia) o Kannon (compasión) fueron “japoneizadas” al fusionarse con tradiciones autóctonas y adoptar nuevos matices en el contexto cultural nipón.
Principales Diosas japonesas
Las dos diosas más relevantes del sintoísmo son la solar Amaterasu, archimatriarca mítica del linaje real japonés, y la lunares Tsukiyomi e Izanami, cuyo eterno ciclo de muerte y resurrección simboliza la perpetua regeneración cíclica de la naturaleza.
Amaterasu
Amaterasu emerge del ojo izquierdo de Izanagi tras purificarse en el océano luego de rescatar a su esposa Izanami del inframundo. Representa el sol, la luz, el arroz y la fibra de la que está tejida la raza imperial japonesa o Yamato.
Su relato más famoso es cuando se oculta en una cueva sumiendo el mundo en tinieblas, hasta que las deidades consiguen atraerla fuera usando un espejo y joyas, tras lo cual regresa la luz. Este mito de renacimiento cíclico la conecta íntimamente con ritos agrícolas estacionales nipones.
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Izanami e Izanagi
Esta pareja de kamis hermanos simboliza las energías femenina y masculina cuya interacción divina origina las islas de Japón y muchos otros dioses. Tras morir al dar a luz al dios del fuego, Izanami desciende al inframundo volviéndose una entidad putrefacta.
No obstante, su esposo Izanagi la rescata y durante su huida del Yomi (reino de los muertos) nacen Amaterasu del Sol y Tsukuyomi de la Luna de las purificaciones rituales mediante las que Izanami restaura su forma física tras yacer con el cadáver de Izanami.
Este ciclo de descenso agónico al mundo subterráneo y posterior renacimiento ejemplifica la perpetua muerte y renovación estacional de la naturaleza que constituye el eje central de las creencias agrarias precristianas niponas.
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Otras Diosas Destacadas
Otras diosas relevantes dentro del variopinto panteón sintoísta japonés son Benten (eloquencia, música, belleza), patrona de las geishas reverenciada por su sensualidad. También la terrible Izanami en su forma de diosa de los infiernos, y la misericordiosa Kannon, deidad importada del budismo que encarna la compasión femenina.
Asimismo la tejedora Tanabata que preside la Vía Láctea junto a su amante el pastor celestial Kengyu, sólo permitiéndole visitarla una noche al año (el festival Tanabata, 7 de julio). Sus lágrimas de tristeza por la ausencia son la lluvia estival.
Y la doncella Kaguya, un cálamo de bambú mágico encontrado por un anciano talador que crece convirtiéndose en una ninfa princesa, cortejada por nobles que fracasan cumpliendo imposibles pruebas impuestas por ella. Al final Kaguya revela ser una exile lunar que debe regresar a su astro de origen, de donde la legendaria princesa del Bambu deriva.
Interpretaciones antropológicas
Más allá de relatos individuales, el culto devocional hacia estas diosas-madre terrenales y celestes parece simbolizar el anhelo humano por hallar consuelo y refugio en imágenes cultuales que evoquen el calor del regazo materno primigenio.
Asimismo ejemplifica la eterna nostalgia que el alma japonesa siente por la belleza efímera de lo mundano, la cual se desvanece irremediablemente como lágrimas bajo la lluvia, aún cuando logramos atrapar fugazmente pedazos de su encanto.
En última instancia las antiguas diosas niponas personifican una cosmogonía que equilibra celebración jubilosa por los frutos de la Naturaleza con melancólica aceptación de la mortalidad e impermanencia inherentes a toda existencia terrenal. Una sabiduría agridulce tan antigua como el Sol sobre la “Tierra donde surge el día”.
Preguntas frecuentes
La diosa más importante en la religión sintoísta de Japón es Amaterasu.
La diosa del amor más importante en la mitología y el sintoísmo japonés es Konohanasakuya-hime.
La diosa de la luna en la mitología japonesa y el sintoísmo es Tsukuyomi-no-Mikoto o Tsukuyomi.
Ame no Uzume es una deidad optimista, festiva y algo traviesa que propaga la felicidad, risas y luz del sol según las creencias sintoístas japonesas. Juega un papel único comparada con otras deidades más serias o formales, es la diosa de la alegría